Sobreprotección

Consecuencias de la sobreprotección

Diversos motivos como por ejemplo el deseo de que los menores disfruten de su niñez, llevan a los padres a anticiparse en la satisfacción de las necesidades y a evitarles cualquier contratiempo. El menor necesita sentirse querido y cuidado por sus padres para tener un buen desarrollo emocional. Sin embargo, si se le protege demasiado, se le puede perjudicar más que beneficiar.
No se puede mantener al niño permanentemente entre algodones, convirtiéndolo en el centro de todas las atenciones y ocultándole de todos los peligros. Los padres tienen que dejarle evolucionar para no perjudicar el desarrollo.

Sobreproteger a los menores puede acarrear las consecuencias que se exponen a continuación.

Si en lugar de apoyar al menor, sugerirle y guiarle para que aprenda por sí mismo, le imponemos, vigilamos y le damos todo solucionado, lejos de ayudarle a crecer, el niño tendrá un escaso desarrollo de sus habilidades y adoptará una postura de pasividad y comodidad, ya que interiorizará que sus padres, de los que tendrá una gran dependencia, siempre están dispuestos a ayudarlo. Su autoestima será baja y tendrá muy poca seguridad sobre sí mismo, creyéndose incapaz de resolver sus dificultades. Le costará mucho tolerar frustraciones, posponer las gratificaciones y no sabrá valorar lo que tiene.
Además, rehuirá los problemas en vez de tratar de enfrentarse a ellos y no sabrá cargar con las consecuencias de sus propios actos…
En resumen, será una persona inmadura y débil que podrá dejarse llevar con más facilidad por las malas amistades o por el ambiente que le rodea.

Finalmente, es necesario añadir que el menor necesita probar, saborear sus éxitos, tratar de mejorar y alcanzar metas difíciles, competir, superar sus fracasos … y poder entender las emociones de los demás. Hay que prepararle para que pueda participar en la sociedad y para ello no hay que disimularle la realidad cotidiana, es bueno permitirle que descubra el significado de los triunfos, de las decepciones, de los gozos y de los desconsuelos, propios y ajenos.

– Susana Carla Weber Laviña –